martes, 15 de noviembre de 2011

X Escape de La Avanzada

Darwini confirmó que había pasado la noche ahí, solo entonces imaginó que yo podría saber que él me estaba buscando, pero más factible le parecía la idea de que salí temprano por casualidad. El administrador del hostal Michael Reyes, vecino de Maylin, quien sin yo saberlo también era un follower de twitter y su user era @Mixitop. Además de ser dueño de la posada era un adivinador muy conocido en la zona sur del Ecuador y la parte norte del Perú. No sé si lo hizo con intención, pero dijo a Darwini las palabras precisas para que piense que yo había salido en la total normalidad y sin mayor sospecha en la madrugada. Lo que era yo, del susto me había metido en un cacaotal, pensé que me estaban siguiendo. Llevé la bicicleta conmigo por esos caminos donde solo los trabajadores de las fincas entran a pie. Llegué a un riachuelito y me escondí atrás de unas plantas de cacao.
Maylin fue al hostal a invitarme a desayunar, me había preparado un tigrillo, no me encontró, pero si al chapa vestido de civil anotándose en la recepción. Él la miró de pies a cabeza y Michael le dijo con la mirada “no menciones el nombre tu amigo”.
Darwini, un zorro investigador como él solo, se dio cuenta de algo, pero no dio muestras de nada. Se quedó tranquilo. Pensó que me podían estar ocultando por ahí cerca por lo que quiso despejar ciertas dudas y se quedó dos días más en La Avanzada conociendo el lugar.
Maylin se reunió en privado con su vecino, él le dijo “tu amigo anda huyendo y el man que está afuera es paco”. Ella se quedó desconcertada, puesto que sabía que el adivinador nunca se equivocaba en esas cosas.
Apenas pudo me llamó por teléfono, al nuevo número, ya que el antiguo solo lo usaba para estar al tanto de las redes sociales. Me contó lo que había hablado con Michael y no pude negarle lo de mi estado de fuga, pero no le conté todos los motivos. Solo me juró que no diría nada.
Ella me contó lo del hospedaje de Darwini, lo que me dio tiempo de comerme dos cacaos, guardar otro en la mochila y salir rumbo a Torata en mi bicicleta. Nadie sospecharía que yo andaba en ese medio de transporte al igual que decenas de turistas gringos que les encantaba conocer la geografía del lugar. Era una estrategia arriesgada, pero ingeniosa.
Mientras tanto en Machala, donde estaba Jhon, tenía una misión poco agradable: inventarme un delito o crimen para que mi persecución fuera legal. Él se tomaría un par de semanas para darme tiempo.
Llegué a Torata con las piernas hecho trapo y con la inquietud mas de a mierda que había sentido en el pecho: Maylin me contó que Darwini se había dado modos para contratar sus servicios como guía turística mediante la agencia oficial de la parroquia. Esa era otra de las actividades de ella. Yo sabía que ese ‘carita’ sospechaba algo y     que podía hacerle daño. Aquella noche dormí de cansado, pero tuve pesadillas.

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