sábado, 5 de noviembre de 2011

II La fritada de los Curipoma

Me volví a dormir, pero a las 5AM el despertador me gritó como un mico. Caí de la cama y me magullé las bolas con la pierna derecha. Inventé una media docena de malas palabras. Me incorporé agarrándome de la cama. Me dirigí al despertador que seguía gritando y lo aventé contra la pared. Solo entonces se me pasó en dolor, como que si el reloj hubiera sentido la venganza.

Sin desayunar nada me vestí al apuro y agarré el bus que pasa justo por la esquina de mi departamento. Desde que existe la metrovia tengo que hacer malabares para llegar a tiempo.

La cara del "negro" Peralta me lo decía todo. Había olvidado mandar a Cuenca el bendito reportaje ese de los azuayos residentes en Guayaquil que habían alcanzado fama y fortuna. Me habían pedido que resalte las virtudes de los cuencanos, su tenacidad para trabajar, su perseverancia y unidad. En mi búsqueda de contactos descubrí ocultos, detrás de la cortina del éxito, a muchos australes pidiendo limosna en la calle y varios cargadores de mercado que habían dejado la agricultura para encontrar algo mejor. Eso me parecía más interesante y más fotografiable. Sin embargo las instrucciones fueron bien claras “la semilla azuaya cosechando frutos en Guayaquil”

-          ¿dónde está el reportaje de los cuencanos?
-          Yo lo hice.
-          Lo hiciste, pero no lo mandaste. Es lo mismo que nada. Querían publicarlo este domingo. Estamos viernes y tú sabes como joden los editores allá con la pendejada de la diagramación del suplemento dominical. Además la dueña llamó. Acaso no te acordaste que era un pedido de ella.
-          No sé que me pasó.
-    Yo si se lo que te pasa por la cabeza. Las practicantes te pasan por la cabeza. Crees que no los he visto ir a la terraza cuando saben que eso está prohibido.
-          Pero usted sabe que nadie hace caso. Todo el mundo sube. Además subimos a la hora del almuerzo nada más.
-          Nada más. Nada más. Yo estaré viejo, pero no soy pendejo. Yo también tiraba a lo que se ponía al frente. Pero debes cuidar el trabajo. A ratos hasta te envidio (dijo Peralta entre dientes).
-          Puedo mandar ahora el reportaje.
-         Ahora. Tú crees que aquí estamos jugando. Hace rato que llamaron de Cuenca. Tuve que meter una excusa tonta. Decir que habías encontrado una historia mejor y que tu reportaje iba ser lo más parecido a un guión de cine.
-          Gracias.
-          A mí y a Maruixi. Ella tenía un reportaje desde hace semanas que había preparado sobre los juegos populares. Ah y espero que no vayas a estar jodiendo a esa chica. Es una buena persona.
-          No. Usted sabe que yo soy serio y que además tengo novia. Usted la conoce.
-          Mira Cheo, la única razón por la que no te hemos despedido de este diario es por tus fotografías. Tú nos ahorras el sueldo de un fotógrafo. Así que no juegues con tu suerte. La próxima no te puede ir igual. Y si lo estas pensando, sí, es la última advertencia.
-          Gracias.

Yo trabajaba en “El Austro” que era el noveno diario en circulación en el país y el décimo en ventas. Sus dueños, azuayos obviamente, eran oriundos de Santa Isabel y habían hecho una considerable fortuna con el negocio de la fritada. Cuando los abuelos empezaron hace siete décadas a pelar chanchos en las calles, nunca se les ocurrió que uno de los hijos iba a tener la idea de ponerle un nombre al negocio, hacer un kiosco con sus propias manos para vender la carne de cerdo y viajar a cuenca todos los sábados y domingos a ofrecer la fritura en la calle. Con apenas 16 años, Pablo el séptimo de 9 hermanos involucró a sus compañeros de colegio en el negocio y les pinto en los delantales el nombre de su mini empresa. Los chicos le hicieron caso y se fueron a los otros cantones. Al principio estaban escépticos, porque en todos los rincones de la provincia vendían lo mismo y hasta más barato. Pero estos voceadores de rica carne tenían el privilegio de llevar en su delantal las letras rojas de FRITADAS EL AUSTRO. A todos les fue tan bien que a algunos copiones se les ocurrió clonar los delantales, pero al  ser descubiertos los molieron a patadas hasta que se les acabó la gana del plagiar y tuvieron que unirse a la empresa.

Cuando Pablo cumplió 18 años el prestigio de las fritadas era tal que en otras provincias hablaban de la sabrosa que era y la recomendaban a todos los viajeros. Los padres del muchacho dejaron de darle órdenes y lo siguieron animados viendo como de pronto los diez chanchos que tanto les costaba mantener se multiplicaron por decenas, viendo el pedacito de feudo convertido en una casa grande de madera y a sus dos hijos mayores manejando el primer carro en la vida de la familia Curipoma. Los hermanos que estaban a tiempo entraron a secundaria, sobre todo las mujeres, quienes compartían la educación con el trabajo en Fritadas el Austro. Los cuñados y cuñadas que se habían integrado a la labor trabajaban sin chistar, puesto que en ninguna otra parte les iría mejor. Pablo dio a todos sus ñaños las instrucciones clarísimas de mandar a la escuela y al colegio a todos los guaguas.
Pablo cumplía cuarenta años, casado, con tres hijos varones y una mujer, dirigía el negocio y se reunía todos los fines de semana con sus sobrinos que llegaban de la universidad. El mismo se había encargado de mandarlos a Cuenca. Estaba orgulloso.
Eran gente rica, educada, pero tan autóctona como sus antepasados de hace 500 años.
Un día, sin mucho drama, murió de un infarto mientras dormía. Sus familiares quedaron tan bien acomodados que no les alcanzaron las lágrimas para terminar de llorarlo. Apenas lo enterraron nació un mito en torno a su persona. Se dijeron cosas de él que nadie sabía, que era un genio, que tenía un don y muchos envidiosos se atrevieron a decir que había hecho un pacto con el diablo. Pero todos sabemos que el diablo no da para tantos.
Sus sobrinos, parientes cercanos y lejanos siguieron dando forma al mito de su tío. Los que se habían ido a estudiar a Cuenca manejaban el almacén principal, ya que en Santa Isabel solo criaban los chanchos. Uno de sus sobrinos se había empleado como periodista en un pequeño diario de Cuenca llamado El Austro, esa era como su pasatiempo. Pablo Curipoma Cubi llevaba el nombre de su tío y era el que más se le parecía. Desde muy joven a él se le ocurrió la idea de exportar la fritada. Su tío sonrió, pero lo tomó en serio y en pocos meses el negocio estaba listo. Fue todo un éxito y generó tanta plata que su tío le dejó en vida y secretamente un regalo que no se esperaba. Cinco años después de la muerte de Pablo llegó a su casa un documento que lo acreditaba como dueño del diario “El Austro”, se quiso emocionar tanto, pero sintió una fuerza que le oprimía el pecho, entonces recordó de que había muerto su tío, que mejor optó por reprimir sus sentimientos. Fue así como desde entonces el diario pertenece a los Curipoma.

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