sábado, 5 de noviembre de 2011

I El Dejá Vu


Pedaleé muy fuerte por la carretera. Sentía el ardor en las piernas en cada metro que avanzaba. La gravilla casi me hace resbalar, pero una voluntad ajena a mi fuerza me empujaba. Aunque iba con la mirada fija en el camino convergente, registraba las casas de la Avanzada, polvorientas, como si nunca hubiesen sido habitadas, casas de madera de árboles nativos. Imaginaba a manera de presentación fotográfica como las habían construido aquellos campesinos fornidos y alegres que llegaron, y se quedaron seducidos por el paisaje, por ese río que parece una calle y por ese cinturón verde lleno de frutos y animales salvajes.

Fabián me seguía e intentaba rebasarme, pero la montañera y mis muslos fuertes me permitían tomar cierta ventaja. Estalin como siempre había conseguido una bicicleta panadera y se quedaba a unos treinta metros de distancia. Yo volteaba para verlos y reírme.
-          ¿si ves al negro? se queda ese man
-          oe negro apura loco, dijo Fabián.
Los dos sonreían con tal soltura, tan dueños de su destino, rompiendo el viento y emperadores en sus caballos de dos ruedas.

No tuve tiempo de volver mi mirada hacia el frente cuando tropecé con la orilla de una carrada de arena. Traté de controlar el timón, sin embargo la gravilla me hizo resbalar y caí al suelo como barriéndome en un partido de fútbol. Apoyé el cuerpo en mi brazo izquierdo, quedé al borde de la carretera con la cabeza metro y medio dentro y la bicicleta deslizándose en el suelo aún. Como un cometa rompiendo la atmósfera, un bus de la cooperativa Piñas pasó a unos 120Km por hora. En ese instante vi pasar a Dios y al diablo rozándome el cabello.


Me desperté a las dos de la mañana sobresaltado por recordar perfectamente en aquel sueño lo que me había sucedido años atrás. Miré la hora en mi celular y me tumbé sobre la almohada. Fue algo así como un Déjà Vú. Luego, varios meses después encontraría la explicación a las repentinas corazonadas.

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