jueves, 1 de diciembre de 2011

Twitteando 20

Para despistar
En esos momentos la policía me estaba buscando con más intensidad. La idea de Maylin me cayó como anillo al dedo. Sus palabras fueron brillantes en ese instante. Me propuso confundir a los que me perseguían twitteando fotos de todos los sitios del país donde había estado. Así los tendría ocupados y ganaría algo de tiempo. Ese día subí una foto de Quito en la mitad del mundo. Los chapas sabían que los estaba hueviando, pero por si las moscas montaban los operativos. No querían dejar escapar ninguna posibilidad de agarrarme. No podían permitir que me atreva a subir ese vídeo.
En el noticiario del medio día se anunció un incremento en el precio de la gasolina. En la noche hubo un intento de paro de transportistas, pero los militares disiparon cualquier protesta. Los conductores tuvieron que acatar. Ese grupo ya estaba resentido.
El gobierno la tenía difícil, necesitaba dinero para mantener su gran aparato de burócratas y le quitó el subsidio a la gasolina de avión, lo que derivaba en un incremento del valor de los pasajes. Otro sector afectado.
Esa era la tónica con varios grupos comerciales. Las cosas estaban llegando a su punto más álgido.
Mientras yo luchaba con mi pequeño problema, el país luchaba con uno mayor.
Maylin se quedó otra noche ahí. Nos acomodamos en las hamacas de la vereda hablando de trivialidades, sueños y corazones rotos. Hubiera sido fácil enamorarse de ese rostro y de esas palabras bondadosas, pero yo siempre pensaba en Elizabeth.
Así pasé los días, tuiteando fotos de Manta, Guayaquil, Cuenca, Loja y otros sitios que hace meses había visitado para mis reportajes del blog.
Nine por su cuenta estaba más cerca de mí de los que ella creía.  Empezó a recorrer los pasos de Darwini en la Avanzada. Fue a la posada de Michael, se quedó una noche ahí para conocer el lugar. Al otro día fue a Bella Vista, pero no obtuvo resultados. Nadie reconocía al tipo de la foto que ella tenía. Mi aspecto era muy diferente. Ella volvió a Santa Rosa, se estaba frustrando, pero no podía desistir, ya que ganaría un buen dinero si daba con mi paradero. Nine hablaba todos los días con Teresa.
Había pasado casi una semana y se acercaba el partido de Barcelona con Colo Colo, yo quería estar ahí en el Monumental. Si mi equipo ganaba clasificaba a una semifinal después de muchos años. Yo tenía un buen presentimiento con el trabajo que venía haciendo la directiva actual y sabía que algo bueno estaba por suceder.
Mientras tanto seguía tuiteando fotos desde mi cuenta. Muchos followers se solidarizaban conmigo y ponían fotos que habían tomado de mi blog. Para ese momento eran más de cien personas que publicaban cosas como “en Napo junto a Cheo” “Con Cheo en Esmeraldas” y así por el estilo. Eso me cayó como una bendición, pues ahora el gobierno sabía que podía estar en todas partes. Contaba con el apoyo popular.
Aprovechando esa situación planeé mi viaje a Guayaquil. Doña Clara, la señora que cuidaba la covacha me consiguió un lugar en uno de los camiones que llevaba mangos de canela hasta el puerto principal. Maylin se opuso, pero me fui. Salí vestido con unos jeans sucios y una camiseta que tenía la foto de El Innombrable. Así logré evadir los controles policiales. Esos controles nunca les paraban bola a los campesinos que transportaban cualquier tipo de fruta. El gobierno había dado órdenes de no molestar a la gente del campo, ya que eran los que más respaldo popular le habían dado.
Llevaba una mochila con ropa limpia para ir al estadio. La camiseta de Barcelona era mi piel. El partido era a las ocho de la noche y necesitaba conseguir una entrada para la general sur, donde me pegaría el susto de mi vida.

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